Cerré los ojos y al calor se abrió
el baúl de la memoria.
Parecía que el cálido sol de primavera
descongelaba mis recuerdos.
Ahí la vi,
puertita blanca,
manillita de bronce,
vidrios vibrando cual cascabel
anunciando la fiesta.
Pasillo empedrado,
paredes desgastadas de tanto habitarlas.
Bosquejos de infancia
dibujados con las campanitas
intensas de las fucsias.
¡Baldocitas rojas!
Escenario de tantas emociones,
testigos de risas,
cómplices de travesuras.
Acaso había algo mejor
que patinar bajo la lluvia
y dejar que el viento
nos despeinara de libertad.
Viento! Viento!
Sombra! Sol!
Risas…
¡Cuán poderosos!
Capitanes del universo
que cabía en la copa de un Damasco,
que se pintaba suave como
el rosado de un crespón,
intenso como la tinta de las moras,
blindado como el cascarón de las almendras
y revoltoso como la nevada
de un guindo en primavera.
Ecos de juegos,
Una ardillita traviesa,
Copos de ternura en la leche,
Botones de mil colores.
Y en una mesa, el mundo entero.
Calor de entonces, sol de hoy,
eres el mismo que tantas tardes
cobijó mi alma adormilada
por el olor a pasto recién cortado.
¡Era tan fácil distinguir la maleza
entre la perfección de la dichondra!
Era tan importante contar margaritas.
Y si volvemos a vender moras?
Mejor visitarte en un recuerdo y
recoger los secretos que
dejamos escondidos en tus
rincones crepitantes.
Llantos, risas, miedos, sueños…
Vidas que se han vivido.
No existe nostalgia por ti,
porque aún es primavera en la familia.
Más quizás tú sufres nuestra ausencia
y por eso me visitas en sueños.
O tal vez un pedacito de nosotros sigue
correteando por tu piso encerado.
Disfrutemos el misterio, que se va el sol.
El viento fresco cierra la puertita blanca.
Hora de entrar
¿Alguien se quiere disfrazar?