“Cuando era niña, disfrutaba pintando y escribiendo.
De alguna manera, mezclar los colores era como mezclar las palabras de un poema. Ninguna de las
dos cosas las pensaba mucho, solo aparecían…
Vivía en una casa grande en Ñuñoa, esas casas que hablan: con ventanas en el techo, para mirar
los colores del cielo en primavera, árboles grandes donde esconderse, un balcón de cuento, una
chimenea prendida, rincones secretos y lo mejor, un subterráneo mágico, fascinante taller lleno de
herramientas de mi padre, donde me creía carpintera y artista.
Creo que nunca estudié formalmente algo artístico porque no me gustaba que me vieran mientras
creaba cosas… Quizás por vergüenza… Pero hasta hoy necesito estar sola para escribir o
modelar…y cómo por mucho tiempo me fue difícil encontrar tiempo en soledad… ha sido ahora en
estas extrañas circunstancias de este año 2020, que he podido retomar estas pasiones…O quizás
ellas han regresado a buscarme.
Es ahora, con hartos años más y con menos vergüenza, que disfruto compartiendo mis trabajos y
enseñando…
Enseñando a “poder hacer” … quiero que mis alumnos puedan hacer una pieza, la que quieran,
como quieran, sin juicios, sin reglas… que sea SU creación. Nunca les diré qué hacer, porque cada
persona, cuando amasa la arcilla, descubre por sí misma lo que esa masa quería SER “para” ella.
Para mí, el arte es algo así como un secreto entre el artista y su obra. Basta con que entre ellos se
conozcan, se gusten y se entiendan.”